El mundo ha dejado de ser real, su imagen se ha impuesto. La verdad es ahora huella ambigua de lo que fue táctil, presente. Enfrente la pantalla, el muro y no la ventana. La imagen es rápida, fácil de producir, fácil de engullir. Pulsión, necesidad, vértigo acumulativo, mal de archivo: un exceso que se vuelve vacío. El espectador ante el horror del aburrimiento no se detiene. Está atrapado en un presente continuo de excitación visual donde, una vez agotado, el lenguaje se adelgaza, se sintetiza, pierde sentido y tiende a la abstracción.
Cuando aumenta la distancia entre la realidad y su representación, cuando la razón y la visión son insuficientes ¿dónde está la forma, la piel, el contacto?